Este panorama nos puede parecer algo chocante, ya que muchos tenemos la posibilidad de dormir calientitos en nuestras camas secas y es probable que con una gotera en el techo nos desesperemos. Pero hay algo que tenemos en común con esas personas y no lo podemos evitar: el consumo de artefactos para “la buena vida”, aquellos que socialmente dan un mayor estatus, esos que son sinónimo de “modernidad”.
En dos oportunidades, viendo red Valparaíso en TVN, mientras las personas terminan de romper las paredes de sus hogares para demostrar que son de pésima calidad, o los restos de barro pegados por las casas que bailan bajo la lluvia en los cerros del puerto, nos presentan tamañana contradicción cuando el camarógrafo enfoca televisores de pantalla plana, DVD’s, equipos de música grandes y computadores.
Nadie dice que estas personas, de condición humilde, (muchas de ellas pertenecientes a los dos primeros quintiles) se priven de estos elementos que hoy por hoy se han hecho “necesarios” e indispensables para la vida. En el fondo, ellos no tienen la culpa de desear adquirirlos, porque los medios de comunicación,al mostrar el consumo del chileno medio, apuntan hacia estos artefactos que, sumados a los spot publicitarios se convierten el el ideal de muchas personas, es decir: el fin es obtenerlos aunque sea sacrificando otras cosas.
El tema es, que si ese dinero fue utilizado para abrir una tarjeta de crédito y pagar en “cómodas cuotas” el plasma o el DVD, ¿por qué no lo ocuparon en reparar sus hogares? (y me estoy refiriendo a mediagüas construidas o compradas por las mismas personas y no las basuras de casas que regala el gobierno) ¿por qué, si saben que sus viviendas se encuentran en terrenos que cada invierno se derrumban, no ocupan su dinero en arreglar los suelos de su metro cuadrado? o cambiar techos, poner aislantes, en fin, prepararse para el invierno. Una cosa es tratar de palear con bienes la “frustración social” que produce el verlos a estos mismos como inalcanzables, pero otra muy distinta es darse cuenta de su realidad y hacer caso omiso al sentido innato de protección y supervivencia, sobre todo en condiciones climáticas adversas, donde el ser humano se convierte en un ser tan inferior como el resto de los que pueblan la tierra.
Con esto no me queda más que pensar que la ridícula y nacional disculpa: “dejo todo para última hora, como buen chileno” es un MAL de los que muchos se aprovechan. No se trata de tener el corazón duro, pero cuando el otro no tiene clara las prioridades en la vida, no tenemos por qué entregarles una tabla con ellas. A quienes se les inundan las casas, sólo les queda agarrar su televisor pantalla plana e ir a enchufarlo a la del vecino, para toparse con noticias que muestren sus propias viviendas sepultadas bajo el descuido propio y la furia del invierno.