Ayer a eso de las 16:00 hrs, escuché algo que muchas personas adictas a la lectura han querido oír alguna vez. Un caballero con altavoz decía: "durante tres minutos regalaremos libros a todos los vecinos de la villa... sólo durante tres minutos, venga a retirar su libro totalmente gratis...reciba cultura.". Ciertamente, no podía dejar pasar aquella oportunidad. Me imaginé un furgón lleno de libros y yo sacando un par de novelas dignas de mi género favorito.
Salí de la casa y había un grupo de no más de quince personas alrededor del furgón. El caballero que hablaba por altavoz se subió a la parte trasera de éste y se sentó dentro. Dio un discurso de cinco minutos, aclarando que pertenecían a una "empresa privada" y por lo tanto no iban a pedir que votaran por alguien; aquello sólo tenía fines culturales.
"Tenemos dos tipos de libros... de la segunda guerra mundial, tomos de un diccionario y algo que le gusta mucho a las mujeres... folletos de manualidades...". Quise cerrarle el maletero del furgón en la cara por lo último. "Y si a alguien le interesa, tenemos DVD's a $1000 sobre el cuerpo humano y la nueva distribución regional de Chile..." (obvio, algún enganche debía existir para tratar de ganar unas lucas a cambio de regalar libros...).
Tras esto, la gente comenzó a pedir uno o dos libros. No había mucho que escoger o pensar. Pero yo pensaba, y demasiado. Me preguntaba paranoicamente si esas personas estaban realmente interesadas en un tomo de un diccionario, en un libro de la II GM, en manualidades y artesanías o si se volvía a repetir el patrón de que lo que es gratis, es llevado sirva o no. Casi como las liquidaciones de fin de temporada. No lo podrás usar, pero está en oferta.
Sentí también pena porque la utopía a punto de dejar de serlo, seguía existiendo. No era lo que esperaba. No era el maletín literario, ni el Principito por último. Eso también es cultura, y el caballero del altavoz señalaba hegemónicamente que sólo lo que había en ese furgón lo era. De las quince personas, dos o tres supimos que no era cierto, dos o tres nos decepcionamos.
Esperé que la gente dejara de abalanzarse sobre los libros y me puse a un costado de la puerta trasera. Cuando pude pedir uno, apunté con el dedo a la Segunda Guerra Mundial. Tomé mi libro, agradecí y entré a mi casa. No me sirve de mucho, a nadie en verdad, pero necesitaba una prueba palpable de la maravillosa música que había entrado por mis oídos, y el decepcionante zumbido que quedó de la idiosincracia que se quiere disfrazar de literatos.